
Además de promocionar las clases particulares que dicto en mi domicilio, comparto con quien pase por aquí, mi(s) mirada(s) sobre literatura y sobre educación en la actualidad a partir de mi experiencia dentro y fuera del aula.
Una
urgencia motivó la búsqueda encarnizada del libro en cuestión. En la era de las
guías, los “tips”, los consejos y los tutoriales paso a paso, las soluciones se
me ofrecían a diversos costos o en cinco minutos de video. Resulta increíble
cuando una se sienta a pensar los epítetos y frases que comienzan a endilgársele
a la literatura infantil. Habría que pensar cómo la educación y la literatura
se han venido conectando desde el siglo XIX en adelante, y cómo se ha ido
instrumentando el cuento de hadas y la fantasía hasta llegar hoy a una
publicación como ¿Qué tienes en tu pañal?
(Uranito, 2017) protagonizado por
animales de granja.
Podríamos
ubicar como libro pionero del subgénero “historias sobre caca, pis y pañales” al
galardonado El topo que quería saber
quién se había hecho aquello en su cabeza de Werner Holzwarth y Wolf
Erlbruch publicado por primera vez en 1989. Un cuento escatológico que parece
haber nacido con una intención cómica, pero que a la fecha está dentro del
catálogo de obras para “naturalizar el hecho de que todos cagamos”. Estas categorizaciones y
etiquetas pululan en las páginas para mamás que cargan con la responsabilidad
de sacarle los pañales a sus hijxs. Y como en el niño todo es “soltar” (soltar
el chupete, soltar la teta, soltar el título de “hijo único”, etc), se hinchan
los estantes de las librerías de historias que pretenden un “acompañamiento
respetuoso”. Muchas veces son títulos con una edición espectacular y unas
ilustraciones sorprendentes, donde al final no se puede creer que hayan sido hechos
para un solo fin.
Ante
la situación de urgencia que me encontraba, cedí. Como mujer de Letras,
partidaria del valor estético referenciado por Andruetto en Hacia una literatura sin adjetivos
(Comunicarte, 2005), pequé. Buceé en lo más profundo de la literatura infantil instrumentada
y compré ¿Qué tienes en tu pañal? de
Sandra Grimm, un primo-hermano –por no decir plagio- de ¿Puedo mirar tu pañal? (SM, 2009) de Guido van Genechten. Autor que
nueve años antes publica El libro de los
culitos (SM, 2000), dejando claro que el negocio de la caca, el pis y el
pañal no pasan de moda.
Podría ser más indulgente conmigo y decir que quise hacer un experimento, una prueba para saber si estos libros -que en el fondo de mi alma detesto- funcionan. Pero no fue afán científico-pragmático, fue una urgencia*. Creer que este tipo de productos (¡y qué horrible llamar así a un libro!) solucionará casi de inmediato la necesidad de que mi hija deje el pañal… pero como escribió Despentes (2006) “un buen consumidor, es un consumidor inseguro”, y yo nunca estuve segura de que mi hija podría ir al baño por su cuenta en el corto plazo. Pensaba que el desarrollo lingüístico estaba asociado a la madurez de estos hábitos, pero a la vez escuchaba testimonios de “suelta precoz de pañal” y me intranquilizaba. Creo que lo mismo me ocurrió cuando escuchaba testimonios de mujeres que parieron inesperadamente, que rompieron bolsa y ni se dieron cuenta, que prácticamente escupieron al crío. Claramente no fue mi caso. Volvamos al libro.
La
narrativa predominantemente dialogada de ¿Qué
tienes en tu pañal? no tiene lugar a metáforas, apenas si se percibe un sentido
figurado. La premisa en sí, una vez finalizada su lectura es “No uses pañal
porque cuando cagás olés mal y fastidiás al resto”. Estos animales “apañalados”
que participan de la historia defecan heces diversas y tienen en común la
fetidez. De inmediato pensé que -salvo que yo lo forzara con entusiasmo- mi
hija no percibe ese olor como algo negativo, no lo rechaza. Entonces, no podría
esta premisa motivar que abandone el pañal.
Lo
cierto es que lo compartí con ella, lo leí animosa, haciendo la voz y los gestos
de cada animal pero sin pasión, sin disfrute ¿Quién puede leer con ternura y
entusiasmo un libro que está pensado para un solo y único objetivo? ¿Qué se
disfruta de estos libros-guía? ¿Sólo el resultado? Cuando efectivamente dejan
los pañales ¿se abandona su lectura? ¿Se hereda? ¿Se revende en el mercado de
las soluciones inmediatas? No había nada que descubrir, ni nada de qué
impresionarse porque ciertamente todxs cagamos. Nunca fue el elegido de las
noches, ni el que se llevaba en la mochila para el viaje.
La
maestra Graciela Montes escribía con benevolencia sobre las categorizaciones
por edad y el carácter utilitario que la escuela le ha dado a los libros (Lugar
Editorial, 2001). No crean que ella no sucumbió a los abismos de “historias
sobre caca, pis y pañales”. En 2001 publicó
Federico se hizo pis (Sudamericana) con ilustraciones de Legnazzi. Dos
grosas ¿trabajando a demanda del mercado? Tanto el texto como las ilustraciones
arden en el fuego de la literalidad.
Para
concluir, creo que así como se aprende a leer literatura, se aprende a ir al
baño ¿Qué es lo necesario? Tiempo, sobre todo. Y compañía, alguien que esté ahí
cerca para decirte, comentarte, preguntarte, escucharte. No existe algo más
fuerte que nosotras mismas arengando ad
infinitum, contra todas las presiones y las autoexigencias. Sentaditas esperando
que venga el pis o la caca. Sentaditas conociendo historias de brujas, tomando
contacto con las palabras, sabiendo dar vuelta la página con amor, con
suavidad. Sabiendo cómo se tira la cadena, cómo limpiarse después. Me llevo
todo el crédito de la superación de los pañales porque mientras yo pasaba el
trapo al piso, en la biblioteca descansaban, indiferente, el conejo Quique y sus
amigos.
*En otro momento podríamos discutir qué son
urgencias para la madre de una niña de 3 años en el siglo XXI.
Algunas
ideas para quienes acompañan el proceso de alfabetización
Hace un par de días me preguntaron cómo ayudar a un chico de siete años para que mejore su lectura en voz alta. Según su maestra, no lee fluido y precisa practicar.
Llegó el momento en que la lectura aparece como guía para medir avances y retrocesos. Llegó el momento de evaluarla. Llegó el momento de la lectura como obligación. Comienza el vínculo inseparable entre la escuela y los libros. Porque vale decir que -en muchas ocasiones- los libros no aparecen antes de la escuela. Pueden aparecer sí: un regalo de la tía-abuela, un libro ilustrado para mirar que yace tímidamente entre las muñecas y los camiones, pero no como prácticas diarias, cotidianas. No como momentos placenteros (ese ideal de lectura de lxs maestrxs) compartidos con un adulto. Ni siquiera muchas veces como un hacer concreto (Alguien en casa interrumpe tu lectura porque ve que no estás haciendo nada). Muchas veces reducido a esa pausa “antes de que se vayan a dormir”, donde podemos dedicarle(s) el último 10% de batería que nos queda.
En los hogares privilegiados de nuestro país, el niño o la niña cuenta con una biblioteca tipo Montessori, que deja a la vista las tapas de coloridos libros-álbum, con diversas propuestas de un sinfín de editoriales nacionales e internacionales. Allí, entre mullidas alfombras, almohadones con formas o en una silla de tamaño niño, la mamá y/o el papá se sientan a hojear con fascinación o cuidado aquel material estimulante y didáctico, junto al pequeño lector al que le acondicionaron especialmente el espacio. Por qué no alguna “carpa de lectura”, carpa india o tipi.
Volvamos a la realidad. Quiero decir, volvamos al caso de padres y madres trabajando fulltime, conviviendo en pequeños ambientes con uno o dos hijos en edad escolar, donde en algún mueble se van mezclando textos entre los cuales podemos encontrar libros (el de mamá cuando le compraban la colección Billiken, el regalo de la tía-abuela, el que pidieron en la escuela el año pasado). Y un día la maestra le avisa a esa mamá (o papá) que el niño no avanza en su lectura, que apenas un silabeo, que tiene que practicar. La preocupación inunda la consciencia de esos adultos que escuchan a la maestra y piensan ¿qué podemos hacer? Bueno, en resumidas cuentas, vamos a las sugerencias.
“Mi hijo lee trabado” “Mi hija lee muy pausado” ¿Qué puedo hacer?
La mamá prueba practicando palabras segmentadas, combinando consonantes y vocales, separando en sílabas. Bien. Método silábico. Los conocidos aplausos. El niño va practicando en base a la segmentación de la palabra. Puede que esta práctica a la postre redunde en una lectura más veloz, pero aquí, en este ejercicio entre matemático y abstracto ¿dónde está la lectura? Digo ¿Qué se entiende por lectura aquí? En esta actividad la lectura es decodificación, reconocimiento de sonidos (fonemas), mera repetición. ¿Cuál puede ser el problema con la concepción de lectura que sugiere esta práctica? Como tarea (obligatoria) puede generar un displacer totalmente contraproducente para la lectura (fluida).
Entonces, ¿qué otras alternativas tengo como acompañante en el proceso de alfabetización de mi hijx?
Presentar la lectura como un juego en parejas o grupal
En principio, concebir la lectura como un momento compartido.
Utilizar libros con pictogramas donde uno “juega” a combinar letras e ilustraciones, y lee.
Elegir algún libro sin texto, un libro álbum. Utilizarlo como otro tipo de acercamiento a la lectura. Leer las imágenes, en voz alta, interpretar, jugar a descubrir significados, contar uno la historia según lo que va observando.
No siempre deben ser temas comunes y corrientes (“Pedrito va a tener un hermanito”) o tipos de ilustraciones realistas. Optar por algún libro que les acerque un nuevo mundo, algo por descubrir y descifrar.
Durante la lectura
A tener en cuenta lo siguiente. Si tu niñx se lanza a leer, no lo estés corrigiendo constantemente. No interrumpas su lectura. Si querés indicarle el cómo se lee bien, hacélo en otro momento, cuando a vos te toque leer, y a tu hijx, escuchar. Con el tiempo, cuando te escuche y reconozca esa palabra, la incorporará. A nadie le gusta que lo interrumpan y lo corrijan todo el tiempo. Lo que puede suceder es que el lector/a pierda confianza; y no es lo que buscamos.
Para todo el tiempo
Paciencia y constancia. Los ingredientes mágicos. No es una tarea fácil y cada niño y niña tiene su tiempo. Muchas veces los maestros y maestras parecen presentar la alfabetización como un proceso natural, como algo que irremediablemente sucede una vez que se comienza a tener contacto con el abecedario, los cuadernos, los libros, la pizarra. Pero no. Leer y escribir es difícil/lleva tiempo porque implica absorber toda una serie de reglas, y esto se hace cuesta arriba si el niño o la niña no tuvo contacto con los libros, las letras, la lectura en voz de sus padres, antes. La idea de la estimulación temprana es también ajena a muchos hogares por desconocimiento, por falta de tiempo o recursos, etc.
Por último,
y muy importante. Tener el o los libros en un lugar visible y accesible. No son adornos ni objetos para atesorar. Se
usan, se rompen, se manosean, se gastan, se prestan, se ensucian, se pegan con
cinta scotch…
Algunos libros de precio accesible con pictogramas y buena calidad literaria:
La colección Había una vez de Loqueleo Santillana de Graciela Montes con distintos ilustradorxs.
Había una vez un lápiz de Adela Basch y Sara Sedrán, Ediciones Abran cancha.
Algunos libros-álbum con poco o nada de texto y a un precio accesible dentro de todo:
La cosa perdida de Shaun Tan, Editorial Calibroscopio.
De noche en la calle de Angela Lago, Ediciones Ekaké.
La bruja y el espantapájaros de Gabriel Pacheco, Fondo de Cultura Económica.
En una entrevista publicada el pasado 28 de julio, la Dra. Valeria Abusamra, afirmaba “no me parece que tengamos que preguntarnos por qué los y las estudiantes de todos los niveles de escolaridad no comprenden lo que leen, sino que deberíamos indagar en qué estamos haciendo los adultos para formar buenos comprendedores.”. Me gusta la idea de preguntarme como docente por qué. Y en general, hacer y hacerme preguntas. Aunque existan y se repitan hasta el infinito respuestas como “no leen”, “no escuchan”, “no estudian”. Nunca tengo la certeza absoluta de que estos motivos les quepan a alguna de mis alumnas o alumnos. Lo que he notado es que nada de lo que nos proponemos que ellas y ellos logren es algo sencillo. Tampoco la escuela se ha encargado de planificar una modalidad específica de trabajo que active a los y las estudiantes en estas áreas donde -según se dice- fallan. Durante años, he presenciado reuniones y capacitaciones colmadas de nuevas (¡y viejas!) ideas en pos de hacer la diferencia y comenzar a generar un verdadero cambio. Lo cierto es que nada de esto se sostiene o logra tener mayor alcance, y en última instancia, sólo algunxs docentes ponen esas nuevas ideas a funcionar integrándolas a sus planes y modalidades de trabajo.