Desde
aproximadamente el 2018 está circulando una discusión interesantísima sobre el
llamado lenguaje inclusivo. Movimientos sociales y feministas han
comenzado la tarea de propagar una forma de flexión morfológica sobre toda
aquella palabra que refiera género (para esta lengua que nos colonizó:
masculino y femenino). Un bravo ejercicio de modificación de algo tan
cotidiano, espontáneo y verdaderamente inconsciente como la forma de hablar
¿Por qué hablamos como hablamos? ¿Por qué nos referimos a tal o cual cosa de
determinada manera? Bueno, los contextos condicionan nuestras “elecciones” (qué
decir, cómo decirlo). Cuenta la leyenda que todas las docentes hablamos igual,
o que hablamos de lo mismo. Sin duda, estar dentro del ámbito de la educación
nos lleva indefectiblemente a un modo especial de decir. También –y volviendo
con la discusión- la temible tarea de usar la letra e para referirnos a un grupo mucho más amplio que el binomio
impuesto, nos conduce a pensar la estrechísima relación entre la lengua y lo
social (o el carácter social de la lengua). La lengua parece acompañar los cambios sociales. Y estas propuestas nos
conducen a plantearnos preguntas sobre lo que está aconteciendo, qué se está
moviendo alrededor nuestro. Yo misma comencé a cambiar la manera de dirigirme
al curso cuando pensé en el significado de la palabra “alumnos”, y a partir de
esto, ya en el aula fueron compañeros y compañeras. También a la hora de
remitirme a la llegada de los españoles a nuestro suelo: ya no se trata de un “Descubrimiento”
(con mayúscula), es una invasión (y
posterior saqueo y muerte). Las palabras, su forma y su significado, nos dicen
mucho más de lo que en apariencia parecen nombrar. Los más jóvenes están
cargando la bandera de este proceso. Claro, si uno asume este reto, debe
atenerse a las críticas, sobre todo del mundo hiper experimentado de los
adultos. Aunque también hay jóvenes que reproducen las palabras de los adultos
(y de los medios de comunicación donde abundan los adultos). Los acérrimos
detractores del lenguaje inclusivo, aducen que inclusión es: menos ruido para
quienes poseen TEA, o rampas para quienes usan sillas de rueda, o cartas de
restaurant en Braille. Sí. Eso (también) es inclusivo, pero de otra manera. Hay
algo que los grandes críticos del movimiento de la e parecen omitir, que es el carácter profundamente simbólico del
lenguaje inclusivo, y es tan fuertemente representativo que justamente ha
despertado pensar en qué es lo inclusivo, qué es inclusión. Sin duda es más
fácil destruir a una adolescente que dice “les diputades están indecises” que
ir a presentar una propuesta formal a una Concejo deliberante, a un espacio
gubernamental para que efectivamente: haya menú para no videntes (ah, y ya que
estamos, que haya Braille en todos los espacios públicos ¿no?), y rampas bien
construidas para silla de ruedas (ah, y ya que estamos, veredas sanas de todos
los barrios así se puede circular con
seguridad), y menos bocinas y menos música alta para los chicos con TEA, y yendo
a una exclusión que yo misma experimenté: bancos en todas las paradas para que
las embarazadas esperen el colectivo, espacios cómodos y limpios para poder
cambiar a tu bebé o para darle de mamar tranquila, control para que los
choferes no manejen al palo y los ancianos y embarazadas puedan agarrarse y bajar seguros, etcétera, infinitos etcéteras.
La escuela
ha estado siempre muy presente en el debate en torno a la inclusión. Es
realmente polémico que todavía existan “Escuelas especiales”, y la realidad es
que ni los docentes estamos realmente capacitados para la inclusión, ni la
infraestructura de las escuelas están listas para la inclusión, y la sociedad
toda tampoco. Pero es más fácil golpear hasta el hartazgo a la piba que dice “nosotres”.
Últimamente
me he visto en una encrucijada (o en varias) porque sé que la escuela no es
inclusiva, en su naturaleza más íntima no lo es. Incluso la Universidad.
Conozco chicos con severa dislexia que se les hace imposible resolver
un parcial ¿Hay instancia oral para ellos? ¡No! “¡Que vean cómo hacen o chau”.
En el aula hay una diversidad que sólo te permite pensar de manera inclusiva, y
no detenerte a defenestrar a quienes deciden hablar con la e. Es hasta una cuestión de costumbre para el oído.
No me
molesta para nada escuchar la práctica del lenguaje inclusivo, ni en les
chiques, ni en les adultes, tampoco en la escritura. No es nocivo, no es
peligroso, la lengua es una cosa viva que va mutando y pensar que algo no
va a cambiar es realmente ingenuo (o terrible para los que buscamos mejorar el
día a día).
Soy de las
optimistas, me molesta más la mina que estaciona (de hecho y casi siempre) en la rampa y no me deja subir con el cochecito
de mi beba. Soy de las optimistas, no es una desgracia un cambio de este tipo
si nos hace pensar tantas otras cosas.
No toquemos
sólo de oído, si hay que comprometerse con la inclusión y embanderarse con una
causa, háganlo en acciones concretas, y no en comentarios al paso por las redes
sociales. Seguramente les pibes que usan lenguaje inclusivo serán los primeros
en apoyar cualquier cambio revolucionario y estructural en torno a la
inclusión. Integremos a los jóvenes, dejemos de bardearlos.