lunes, 31 de agosto de 2020

El pequeño mundo en que vivimos

En una entrevista publicada el pasado 28 de julio, la Dra. Valeria Abusamra, afirmaba “no me parece que tengamos que preguntarnos por qué los y las estudiantes de todos los niveles de escolaridad no comprenden lo que leen, sino que deberíamos indagar en qué estamos haciendo los adultos para formar buenos comprendedores.”. Me gusta la idea de preguntarme como docente por qué. Y en general, hacer y hacerme preguntas. Aunque existan y se repitan hasta el infinito respuestas como “no leen”, “no escuchan”, “no estudian”. Nunca tengo la certeza absoluta de que estos motivos les quepan a alguna de mis alumnas o alumnos. Lo que he notado es que nada de lo que nos proponemos que ellas y ellos logren es algo sencillo. Tampoco la escuela se ha encargado de planificar una modalidad específica de trabajo que active a los y las estudiantes en estas áreas donde -según se dice- fallan. Durante años, he presenciado reuniones y capacitaciones colmadas de nuevas (¡y viejas!) ideas en pos de hacer la diferencia y comenzar a generar un verdadero cambio. Lo cierto es que nada de esto se sostiene o logra tener mayor alcance, y en última instancia, sólo algunxs docentes ponen esas nuevas ideas a funcionar integrándolas a sus planes y modalidades de trabajo.

Las clases virtuales, además de agregar al intercambio dificultades de carácter vincular con lxs estudiantes (porque se ha tornado complejo convocarlos desde la pantalla, y en un Meet o Zoom rige la conversación de manual: es mi turno, yo hablo; es tu turno, yo escucho), me obligó a adaptar muchos proyectos y propuestas que implicaban hacer de manera colectiva (llámese bochinche: todos juntos hablando uno encima del otro, interrumpiéndose), y sobre todo, de poner el cuerpo en la tarea, moverse. Hace tiempo, para ampliar los estímulos, comencé a utilizar imágenes en mis clases, trabajos y evaluaciones: pinturas, fotografías, ilustraciones, símbolos, etc. Una cree que al estar en tiempos donde la imagen prevalece, esta incorporación acabaría siendo algo provechoso. Pero no sé qué tanto pueden servir las imágenes cuando uno no puede detenerse aunque sea dos minutos a interpretar su(s) significado(s).

Cómo llegar a la contemplación de una obra de Antonio Berni, una ilustración de Rebecca Dautremer, una fotografía ganadora del Pulitzer y que de todas ellas se emanen infinitas nuevas historias, se desplieguen nuevos miles de caminos para recorrer. Y entonces sí: leer, despertar pensamiento, interpretar. Todo lo anterior es del orden del deseo. Pasemos a la formalidad del asunto.
           
La consigna fue: seleccionar una ilustración de un cuento infantil clásico y analizar cómo están representados los personajes u objetos mágicos. Brevemente, 10 líneas. Debajo, añado mi propia lectura de una ilustración de Mima Castro, a partir del cuento Hansel y Gretel. Me doy cuenta en su relectura que el mpio no es el mejor ejemplo, que le faltan algunas consideraciones. Explico todo esto en vivo, en la clase virtual. Considero entonces importante la relectura, la re re re re lectura ¿Alguna duda o consulta? No ¿Alguna pregunta? No, ninguna.



la semana, comienzo a recibir sus trabajos ¿Preguntas? Varias. ¿Por qué no recibo trabajos creativos? ¿Por qué les cuesta interpretar? ¿Cuál es la dificultad frente al lenguaje simbólico? ¿Qué parte de la consigna no fue clara? ¿Qué parte de la explicación de la consigna no fue clara? ¿Qué están mirando? ¿Qué significa mirar para ellxs? ¿Qué es analizar para ellxs? ¿Por qué sólo describen? ¿Por qué sólo renarran la ilustración? ¿Por qué juzgan, afirman o critican sin observar a fondo la ilustración que eligieron? ¿Por qué esos trabajos se fundan en presupuestos, en prejuicios, o peor en frases repetidas hasta el hartazgo que pululan, bastardas, en el imaginario social?
Supongamos que intento alguna respuesta a todo este maremágnum. Supongamos que puedo ordenar todo el fárrago de frases hechas y de lecturas literales. Por un momento me tranquilizo. Asumo que manejo una falsa creencia acerca de cuánto puede servir una imagen para trabajar con los jóvenes. En el mundo memificado, en el mundo de las Historias vía Instagram deslizándose velozmente (como agua que se escurre entre los dedos), donde la devolución es un like o un comentario (positivo o aberrante, no hay punto medio), donde el filtro de moda se replica sin piedad, cualquier cuadro de Monet se vuelve abstracto, difuso, estéril.
Vuelvo a la frase de Valeria Abusamra. “Deberíamos indagar en qué estamos haciendo los adultos para formar buenos comprendedores”. Y aquí estamos. Pero ¿termina acá el asunto? No. Recién comienza. Si la información o los estímulos que provee la facilidad e inmediatez de las redes no sirve como conocimiento de mundo, si las imágenes que circulan y se replican están ahí porque sí y son compartidas porque sí, si lo que abunda es lo superficial y lo irrelevante, entonces, es tiempo de redoblar la apuesta. El/ la docente tiene que atender hoy más que nunca a su rol como quien invita a reflexionar sobre el mundo que nos rodea, sobre el tiempo y el lugar que nos reúne, y no porque sí o porque es lo que tiene por deber hacer, no porque lo indica el espacio curricular o el programa. Porque habrá que intentar una y otra vez el ejercicio hasta que más o menos salga, y estar ahí escuchando a ver qué sale, preguntando a ver qué sale. Va a llevar tiempo porque no es sencillo, comprender el mundo no es sencillo, expresar pensamiento no es sencillo. Y más si venimos de años de ser azotados por la memorización y la repetición de fórmulas fijas, en la rígida estructura de obedecer.

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